Imagina la escena, el típico concierto de música, el género no importa. No centres tu mente en el escenario, sino en el público, el lugar que normalmente ocupamos a menos que seas un músico profesional. ¿Cuál es la constante de la gente?
Las redes sociales apoyados por nuestro nuevo mejor amigo, los teléfonos inteligentes, se han convertido en un animal obeso, glotón que cada segundo te exige ser alimentado con “vivencias” susceptibles de ser compartidas a nuestros amigos/contactos que en realidad poco o nada les importa, contenido que únicamente servirá como una especie de marca para que ellos, nuestros ciber amigos puedan super.
Ahora bien, qué hacer cuando termina una relación, llámese de noviazgo, matrimonio, amistad o incluso familiar. Es mejor borrar toda huella de que sucedió, o bien seguimos con nuestro camino como si nada hubiera pasado, qué es lo peor que pudiera ocurrir, esas imágenes y videos están albergadas en la web, el mundo real sigue. ¿Si sigue?
Borrar digitalmente el amor que un día exhibimos en internet se está convirtiendo en algo parecido a una liturgia que trasciende los límites de lo personal y coloniza territorios empresariales: esta primavera, la cuenta oficial de Saint Laurent en Instagram borró todas las imágenes que daban cuenta del paso de Hedi Slimane por la dirección creativa de la firma. Por lo que se ve, que el silgo XXI será el siglo en el que lo emocional tenga perímetro público ya es un hecho posibilitado gracias a la relevancia –incontrolable por mucho que borremos– que la dimensión digital tiene en nuestra vida.
Así como aún nos podemos considerar novatos en los usos y costumbres de las redes sociales, así mismo somos la primera generación que tiene que lidiar con esta enorme decisión
Un ensayo publicado en The Cut asegura que nuestros dispositivos se han convertido en una especie de cofre del tesoro que resguarda celosamente la esencia de sus dueños y los recuerdos que ahí almacenamos representan nuestras obsesiones, querencias y neurosis. Y creer que podemos administrarlos tranquiliza. Aunque la memoria sentimental, ya lo sabemos, sea tan poco gestionable como la nostalgia, la rabia o el sufrimiento que genera.
Entonces borramos o no borramos…
No, no lo borren… al menos así lo aconseja Remedios Gómis en su libro All you need is love: “ante la ruptura de una relación es imprescindible normalizar nuestra vida lo antes posible y evitar desarrollar pautas de conducta destructivas. Si borramos todos esos recuerdos nos podemos encontrar con que nuestra mente muchas veces nos juega malas pasadas y construimos una imagen de nosotros mismos y de la otra persona que no se ajusta a los hechos, a las circunstancias, a la vida y a los motivos de la ruptura. Sin embargo, si mantenemos lo que fue esa relación como algo finiquitado pero que existió, nos hará revivir la ruptura, de la separación, del despecho y esto facilitará tu recuperación. Duelo que no se habla es duelo que no cicatriza. Recordando los hechos y circunstancias de la ruptura podrán venir a nuestra memoria los detalles y las cosas que realmente pasaron. Esto nos permitirá traer a nuestra memoria a la otra persona, a la relación, sin culpa ni rabia”, asegura la autora.
No soy un consultor de amor, es más creo que pocas personas, aun siendo profesionales pueden decir qué hacer o cómo hacerlo. El amor, el desamor, el odio o la compasión son fuerzas muy poderosas, difíciles de controlar, aun y cuando el humano piensa que todo tiene una media y una clasificación… tu decide.